MARMON CHDT BC (1980)
A pesar de que ésto del coleccionismo de modelos a escala no
deja de ser algo tan prescindible como el tabaco o el juego, llega un punto en el que metido en el vicio hasta el corvejón, pues ya te da igual ocho que ochenta. Acumulación
masiva-obsesiva, dicen algunos. Síndrome de Diógenes “ordenado” lo etiquetan
otros. A final de mes, cuando ves tu Excel con el montante de lo gastado, pegas
un bufido, entras en razón y por fin das tu brazo torcer con quienes llevan
años queriéndote convencer en que es mejor dejarlo. Que para qué, si te vas a
morir igual, dejando una herencia inútil. Entonces es cuando cede el ansia por
coleccionar. Adiós al vicio, te dices. Hay muchas y muy buenas razones para
dejarlo, me confirman, a la vez que me dan cariñosas palmaditas en la espalda.
Un vicio que en su “curación” pasa por diversas fases: aceptación y reconocimiento de las faltas, convicción y promesas de un futuro mejor, abstinencia y autocontrol durante un largo período. Va transcurriendo el tiempo inexorablemente, todo parece tranquilo y a ritmo de Bob Marley. Pero de repente, un día soleado de paseo por la capital, vislumbras en lontananza un quiosco, y ves brillar unos cromados plasticosos entre un montón de periódicos y revistas, medio escondidos entre otros blísters de Star Wars y Crochet Creativo. Pero no hay duda. Es un camión. Y bien gordo.
Te acercas levitando. Aterrizas a medio metro del camión. Solo miras la parte que asoma. Al final te decides a cogerlo. Lo examinas con detenimiento, buscándole todas las faltas posibles para no quedártelo. Pero el muy cabrón tiene más virtudes que defectos. Comienzan las dudas. Sudores. Se apodera de ti la añoranza, la “saudade”. Llámalo como quieras. El “mono”, el síndrome de abstinencia del coleccionismo ya está aquí, y viene con el mazo. La tierra se mueve bajo tus pies, y a la vez sientes mariposas en el estómago y todo éso. Y ya está. Tu neurona ha hecho “click”. Ya has recaído nueva e irremediablemente en el vicio. Una vez en casa, al quitar el precinto del fascículo, acabas por asumir que hasta tus debilidades son más fuertes que tú.
Así que donde dije digo, digo Diego. Me convencí a mí mismo de
que no haría esta colección, que no la miraría ni de reojo. Y llevo ya
dieciséis números. Todos los que considero clásicos. Y menos mal que han
publicado algún número posterior a los años noventa o directamente son una horterada con la
banderita yankie de por medio. Porque si no, habrían caído en el saco todos y
cada uno de ellos. No tengo remedio. Y mucho menos, espacio.
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Pero vayamos con la miniatura, que no tiene la culpa. Ni da
luces, ni toca el claxon para llamar mi atención: soy yo, que me incito por
naturaleza. Ni que decir tiene que el semirremolque, por demás plasticoso y
poco agraciado, no entra en las fotos. Pero aún así la tractora sigue siendo enorme,
larga como un día sin pan, y es como dos terceras partes de aquélla. Difícil
conseguir un encuadre en el que no se vea el tinglado del “microestudio
fotográfico”.
Desde una perspectiva general, este Marmon da una grata impresión, espectacular e imponente, y a ello contribuye, en gran parte, esos cromados ciertamente resultones. De hecho, el tópico más trillado del modelo real es que se trataba del Cadillac de los camiones americanos. Lo mejor de lo mejor. Fabricados prácticamente por encargo y al gusto personal del consumidor, desde la motorización hasta el felpudo del piso de la cabina, con gran profusión de esos brillantes aditamentos.
Pero si nos aproximamos un poco más, veremos que tiene algunas cosas que ya no son tan agradables. Las bocinas, por ejemplo, son el mismo molde pequeño y sin ahuecar que en los números iniciales de esta colección. Si hubieran creado unas bocinas genéricas pero bien resueltas, ya las habrían amortizado en tres números.
Más grave es lo de las calcas. En el cajón de la litera las han colocado un poco torcidas respecto a la cabina, y peor aún, quien colocó las del morro, no tuvo otra idea mejor que dejar sus dedazos agarrando la tractora por ahí, dañando la pintura. Afortunadamente, hay que acercarse mucho para verlo, y la gama cromática, muy llamativa, lo disimula un tanto.
Los depósitos de combustible tampoco son de lo mejor, se nota su montaje en dos mitades. Alguna luz que otra está pintada y los faritos que son piezas independientes repartidas por la carrocería son monocromas y sin apenas detalle. Queda por saber qué significan esas palabras de “One-O-Five”: si se refieren a algún sistema mecánico del propio camión, o al número de empresas que integraban el Marmon Holding.
A pesar de ello, si colocas a este gigante de la carretera junto
con los otros dinosaurios en su Parque Jurásico particular, puedes cobrar
entrada para todos aquellos que quieran admirarlos. En verdad conforman un gran espectáculo.