lunes, 31 de agosto de 2020

HOLT 75 Hp - DEL CAMPO AL FRENTE.

Holt 75 Hp. 1914.

Tractor Holt de 75 Hp de 1914. Pesaba unas 15 toneladas. Tenía una velocidad máxima de apenas 4 km/h en plena remolcada, y cerca de 24 km/h en vacío. La dirección operaba bloqueando las orugas en la dirección de giro, mientras que el frenado se controlaba desde un volante. La rueda delantera solo contribuye al reparto de pesos, no es direccionable. Se fabricaron 4.620 unidades entre 1913 y 1918, de las que 1.810 fueron para uso militar, apenas con modificaciones.

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Tras unos días de absoluta desconexión del mundo (internet es un peligroso arma de doble filo, el saber no ocupa lugar, pero sí mucho tiempo) volvemos de nuevo a la carretera, aunque en el caso que hoy nos ocupa, debería ser más bien al camino...   

Situémonos en el estado de California, y a su vez, retrocedamos unos pocos años, a 1883. Allí, en el Valle de San Joaquín comenzó una historia que aún continua su curso, cuando los cuatro hermanos Benjamin, Frank, Ames y Charles Holt fundaron la Stockton Wheel Company, una empresa de carácter familiar que se dedicaba a fabricar utillaje para agricultores, ganaderos o empresas del ferrocarril. Su especialidad eran las ruedas de carros, vagones y cualquier otro material rodante, aunque también se atrevían con alguna que otra maquinaria. 

En aquella época aún era un negocio próspero en plena efervescencia, pero Charles y Benjamin tenían otros planes, pues pronto vieron que el futuro del negocio estaba en la gente del campo. El ferrocarril hacía años que había llegado para quedarse, pero estaba monopolizado por grandes corporaciones, contra las que no era posible competir. Por tanto, decidieron orientar su recién creado negocio, la Holt Company, a servir productos mecanizados a los agricultores, con o sin vapor, tales como maquinaria de tracción y arrastre (al estilo de los locomóviles europeos), cosechadoras combinadas, segadoras y otra serie de aperos de diversa índole. La región era muy rica y productiva en términos agrarios, y además constituía una especie de Silicon Valley de la época, en la que se probaban nuevos métodos de cultivo y de recolección con maquinaria cada vez más sofisticada, por lo que la aparición de nuevas ideas y nuevas patentes estaba a la orden del día.

Cosechadora combinada de la marca Case.

En tan solo unos pocos años lograron forjarse una buena reputación entre los agricultores de la región, adquiriendo merecida fama, pero llegados a 1892, Benjamin, en franca desavenencia con su socio y hermano Charles, sobretodo a la hora de evolucionar y mejorar sus productos, decidió emprender el vuelo en solitario, fundando su propia empresa, la Holt Manufacturing Company. Mejor dotado de conocimientos técnicos que su hermano, supo ver que en la agricultura de entonces urgía reducir costes para que fuera rentable a corto plazo, y ello pasaba por eliminar, en todo lo posible, la tracción animal. Entonces, una buena parte de la maquinaria agrícola funcionaba a base de vapor, pero casi siempre había que desplazarla a base de largos tiros de mulas o de caballos.  

Desde entonces, Benjamin Holt se centraría en exclusiva a fabricar lo que ya empezaba a conocerse como tractor, todavía a vapor, eso sí. Entre 1892 y 1904 logrará fabricar algo más de 120 tractores. Puede que hoy en día parezca una producción muy modesta, pero en aquella época, antes de la aparición de las cadenas de montaje, constituía toda una hazaña.

Holt 75 Hp aricando.

A pesar de su éxito, nuestro protagonista comprendió que era necesario ir aún más allá, pues el sistema a vapor comenzaba a presentar ciertos problemas: la maquinaria requerida cada vez era más pesada y de mayor tamaño, y sobretodo, se hacía más compleja de manejar y costosa de mantener. No se podía satisfacer la creciente demanda de las cada vez más numerosas extensiones de cultivo, que exigían de una mayor capacidad de tecnificación, y a la vez de una disminución en los gastos de mantenimiento, así como del número de operarios dedicados al solo funcionamiento de las máquinas. 

Por si fuera poco, los tractores de la época, con sus llantas de hierro fundido o incluso ruedas de madera de tipo artillero, como las de los cañones, solamente se podían utilizar con buen tiempo, y en terrenos propicios. Los valles de California, en épocas de lluvia, constituían auténticos lodazales en los que era muy fácil quedarse atascado. Incluso las recuas de animales tenían verdaderos problemas para avanzar remolcando aquella pesada maquinaria. 

Una solución que se acostumbraba a utilizar en estos casos, era procurar al tractor un camino hecho a base de tablones de madera, colocándolos justo delante de las ruedas motrices, para intentar, al menos, no atollarse. Pero eso seguía requiriendo de más operarios, y lo que era aún peor, interfería en la propia faena a desempeñar, por ejemplo arando, o pasando una segadora. Debe hacerse constar que un tractor a vapor de la época, en condiciones óptimas, requería al menos, de siete operarios. 

Para 1903, Holt ya había viajado a Inglaterra a inspeccionar alguna que otra fábrica y poder observar de cerca el funcionamiento del sistema Lombard de tracción continua; y aunque compró la patente para poder utilizarla en los EEUU, lo que realmente le causó una profunda impresión fue el sistema de Hornsby, también inglés, por el cual se lograba virar el aparato sin necesidad de dirección, simplemente haciendo frenar la marcha de una de las cadenas, y manteniendo la velocidad en la otra.

La cuestión es que estos inventos funcionaban bien a pequeña escala, pero cuando se intentaban extrapolar a maquinaria pesada sobre terrenos complicados, resultaban insuficientes. Así que la solución de Holt a estos problemas fue unir entre sí las ruedas con cadenas, al estilo inglés, pero con eslabones mucho más anchos de lo habitual, y atornillar a cada eslabón unos cortos tablones de madera transversales: sería el propio tractor quién iría colocando maderos a su paso por el terreno.

Las pruebas se hicieron en noviembre de 1904, en los cultivos especialmente embarrados del delta Roberts, en el río San Joaquín, prácticamente una isla en aquella época, y con profusión de asistentes de la prensa local. A pesar del éxito, un periodista comentaría en tono jocoso que el ingenio avanzaba lento como una oruga. Y ahí, dicen, nació su nombre (en inglés caterpillar). 

A partir de ese momento, las máquinas de Holt, con sus peculiares cadenas, serían conocidas con ese nombre, caterpillars. La demanda de tractores no se hizo esperar, y pronto los agricultores pudieron realizar sus tareas sin tener que esperar durante días y días a que el terreno se secara, paralizando en muchas ocasiones el normal transcurso de los trabajos del campo. Aquellos valles de California abundaban en marismas y zonas pantanosas e inundables, y realmente puede afirmarse que en esos años, se ganaron millones de acres para la agricultura, gracias a este tipo de tractor. 

Una de las subsidiarias de Holt Manufacturing Company, fue la Aurora Engine Company, quién no se dedicaba a otra cosa que a fabricar motores. El sobrino de Holt, llamado Pliny, era su presidente, y también se había criado entre cilindros, bielas y engranajes, por lo que era otro coleccionista de patentes. Pronto, en 1906, estuvo en disposición de poder ofrecer a la familia un nuevo motor de gasolina. El salto cualitativo fue enorme: las grandes y pesadas calderas de vapor fueron reemplazadas por unos motores mucho más pequeños, que a su vez redujeron el tamaño y el peso de los tractores, lo que además se tradujo en un gran aumento de potencia, y lo más importante, en ahorro de personal y de combustible. Ya no hacía falta encender y calentar la caldera a las tantas de la noche, para que estuviera lista al amanecer, ni que un mínimo de cinco operarios la estuviese alimentando con carbón o leña durante toda la jornada, ni que hubiera en exclusiva un conductor para guiar la máquina, y otro para anticipar y señalizar sus maniobras.  

Los caterpillars se hicieron en muy pocos años con gran parte del pastel, siendo tal la demanda, que Benjamin Holt tuvo que empezar a pensar en instalar otra fábrica fuera de California. Los pedidos no cesaban de llegar, sobretodo desde el Medio Oeste, que con sus quilométricas extensiones de cereal y de maíz, proporcionaban un inmenso mercado donde poder expansionarse. Simultáneamente comenzó la fiebre de la construcción de obras públicas en todo el estado, y resultaba difícil atender toda la demanda. La empresa parecía que iba a morir de éxito. Por si fuera poco, en la propia California existía otro competidor, la Best Manufacturing Company, en el Valle de San Leandro. Interfiriendo continuamente en el camino de Holt, Daniel Best, su dueño, era otro coleccionista de patentes, y también fabricaba tractores llamados track-layers, sospechosamente parecidos a los caterpillars. Se enzarzaron durante años en demandas legales, pero al cabo de pocos años Best se jubiló, y vendió dos terceras partes del negocio a su competidor, por lo que este problema quedó aparcado. Al menos temporalmente, pues Best Jr., con las patentes de su padre en su poder, restableció en 1910, la C.L. Best Gas Traction Company.

Holt por su parte, tuvo un inmenso golpe de fortuna, cuando en 1909, su sobrino Pliny, el de los motores de gasolina, estando de viaje para negociar el ensamblaje de unos tractores en la Colean Manufacturing Company, se encontró con que ésta se hallaba en quiebra, pero con la fábrica libre y su maquinaria nueva, recién instalada. Su dueño había fallecido repentinamente sin descendencia, y no encontraron problemas en comprársela al resto de socios, quienes se deshicieron de ella en cuanto pudieron. La operación salió redonda y propició la creación de la Holt Caterpillar Company, en Peoria, muy cerca de Chicago, por lo que el Medio-Oeste quedó rodeado a ambos flancos por las fábricas de Holt, listas para seguir abasteciendo la creciente demanda.

En los años siguientes, a Holt le fue muy bien, tanto, que empezó a poner su punto de mira fuera de los Estados Unidos. Pronto exportó sus tractores a Canadá, Argentina y México, países también con grandes extensiones de cultivo e incipientes posibilidades de expansión. Por otro lado, anticipándose a lo que vendría, Holt compró en 1913 la patente de su invento a Hornsby, quién nunca logró interesar a los militares europeos con sus orugas de arrastre. Los estirados y excesivamente condecorados generales europeos de sangre azul consideraban que un tractor nunca podría suplantar a un buen alazán. Y además, no se imaginaban posando sable en mano para un cuadro o una foto, sino era a lomos de su caballo.

Traslado de cañones en la batalla del Somme. 1916.

Cuando en 1914 estalló la Gran Guerra, pronto se demostraría cuán equivocados estaban. La gran mayoría de cuerpos de caballería y de ingeniería de los ejércitos todavía estaban formados por animales, jinetes, cuidadores, toneladas de agua y alimento, veterinarios, establos...  ... aún eran aptos para el combate cuerpo a cuerpo contra soldados de a pie, y quizás para ciertas tareas puntuales, pero demostraron ser absolutamente inoperantes para desplazar lo que de verdad importaba en ese momento: cañones y ametralladoras al frente. Además, resultaba totalmente anacrónico, por no decir ridículo, la carga de caballería de unos valientes coraceros avanzando contra filas de tractores, pero esta vez blindados: los tanques.

"Tren" pertrechado para combatir la rebelión de Pancho Villa. 1916.

Las potencias europeas llevaban décadas repartiéndose el mundo a cañonazos, y la escalada en el tamaño de los proyectiles no hacía sino aumentar, por lo que cada vez era preciso manejar cañones más grandes y más pesados. Con aquellos largos, fríos y lluviosos inviernos del norte europeo, los caballos no eran capaces de arrastrar aquel armamento, en medio de bosques y llanuras inundadas de fango y agua. Aquí es donde entraron en escena los caterpillars.

Otra de la batalla del Somme. 1916.

Además de cañones y ametralladoras, también hacían llegar al frente otros pertrechos, municiones y víveres. Los tractores eran capaces de subir masas cercanas a las 30 toneladas en pendientes de hasta el 15 %. Ningún conjunto de caballería podía acercarse ni tan siquiera a esas cifras. Aunque a escasa velocidad -algo menos de 7 km/h- el avance de los tractores era constante e imparable, y el número de viajes, así como del volumen desplazado en cada uno de ellos, hizo que la cuestión del abastecimiento al frente se redujera considerablemente en tiempo, costes y riesgos.

Este Holt es el hermano pequeño, de 9 tn.

Durante gran parte del período bélico, pudieron verse tractores por todos los frentes europeos, incluso en Oriente Próximo, pues la demanda de los mismos no cesaba en ningún momento. Incapaz de surtir con las suficientes unidades a los ejércitos aliados, Holt se vió obligado durante años a otorgar licencia de fabricación a terceros. Pero tras unos años, y el súbito final de la contienda, hubo un exceso de unidades, que en un primer momento parecía necesario asumir, pero que a la postre depreció su valor, pues una vez acabada la guerra, Holt se encontró con que tenía tractores, en Europa y en América, que ya no podía colocar a nadie. 

Mientras Holt había dedicado todo ese tiempo a conseguir sabrosos contratos gubernamentales para vender sus tractores, su rival y competidor Best, allá, en California, se había centrado en la producción de pequeños tractores agrícolas, con y sin cadenas. De vuelta del frente, como quien dice, la situación no podía ser más desalentadora para Holt: el único canal de venta que le quedaba, prácticamente era el de las obras públicas. Y depender del gobierno significaba depender de los acreedores. El primero podía tardar años en adjudicar los proyectos, y los segundos siempre reclamaban lo suyo de hoy para ayer. Por si fuera poco, en 1915 un tal Henry Ford, decidió que él también quería fabricar tractores, los Fordson. Con su sistema de fabricación en cadena a gran escala, adelantándose a todo y a todos, rápidamente inundó América y Europa de tractores grises. 

Así que todo ello, sumado al más de millón y medio de dólares que Holt y Best se habían fumado por litigios de patentes entre ellos mismos, hizo que sus propios abogados les sugirieran una idea: la fusión de ambas compañías. Nacería de esta forma, en 1925, la Caterpillar Tractor Company. A partir de ese momento, el producto y el mercado quedará claro y conciso: maquinaria de construcción. Pero ésa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión. 

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Sin más dilación, pasemos a la miniatura que nos ocupa, que en este caso procede de una colección rusa aparecida allá por 2016, denominada algo así como "Tractores: Historia, Gente y Vehículos", y que justo este año ha comenzado a dejarse ver por España. Se trata de su número 73, de un total de más de 200 fascículos, y que, por lo visto, aún no ha finalizado. Casi nada. 

Tal y como se puede apreciar, la miniatura no es ningún primor. Teniendo en cuenta la monumentalidad de esta colección, la editorial ha recurrido a moldes propios de Ixo, y a reediciones de los ya existentes de Universal Hobbies, pero a su vez, simplificados por Ixo.

Se han perdido detalles a la hora de trasladar estos tractores a nuestra querida escala, aunque en aras de la economía, y teniendo en cuenta la inmensidad de la colección, pocos podrían pagar la calidad que antaño ofrecía UH. Es una lástima que esta marca ya no fabrique nada a 1/43, y que los tiempos del coleccionismo sean otros, porque hubiera supuesto una notable recopilación de tractores, más concretamente del centro, norte y este de Europa.

Como ya se ha comentado con anterioridad, no es de extrañar que aparezcan esos caracteres cirílicos en el motor, pues Holt se vió obligado a ceder la fabricación a terceros, por no poder atender la creciente demanda. Este hecho le vino de perlas a Hachette, para incluir éste y otros modelos de tractores rusos en la colección. Además, está documentado que hubo unos cuantos en el frente ruso.

Además del sistema de tracción por cadenas, muy poco usual en tractores incluso hoy en día, la cubierta o parasol, parecía sacada de un puesto de feria, por no hablar de la rueda delantera, que únicamente se ocupaba de repartir los pesos. La conducción también debía ser todo un reto: un volante que frenaba una cadena más que la otra para poder girar, palancas de detención, aceleración y marcha, una especie de radiador, al que normalmente había que acoplarle un ventilador delantero, por no hablar del barril cervecero que hace de depósito de combustible, o la enorme caja de engranajes para adecuar la relación de marchas al sistema de tracción. 

Una excusa para no haber detallado un poquito más este modelo, es que aquellos artilugios estaban muy lejos de parecerse a lo que actualmente conocemos como un tractor, por lo que se hace necesario tirar de hemeroteca para poder comparar, y ver qué falta. Como ya se ha dicho, Ixo ha simplificado este tractor en demasía, y aunque el modelo es fácilmente reconocible, podían haberse esforzado un poco más, ya que se trata de un vehículo importante: tanto en la historia de la automoción, como en la historia de las propias naciones.

Existe algún que otro kit de montaje para los amantes de lo militar, y que evidentemente están mucho más detallados que el que aquí se presenta, como por ejemplo de la inglesa Roden, eso sí, a 1/35. No obstante, el nuestro puede resultar una gran base a partir de la cual trabajar, si es que uno es un manitas y se dispone del material adecuado. Por si no fuera suficiente, circulan por internet las coordenadas o plantillas para poder imprimírtelo en 3D, o incluso para montar en papel, aunque a modestas escalas, inferiores a 1/100. 

Pero ésa ya es otra historia, y deberá ser contada en otra ocasión...